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domingo, 28 de diciembre de 2014

El Comienzo de Absolutamente Casi Todo (y 5).

El diputado Cornejosa-Pío se agachó para evitar el huevo volador, que se estrelló inofensivo -consideraciones higiénicas aparte- contra la centenaria pared del edificio parlamentario. Las primeras veces le habían dado, pero ahora se había vuelto sorprendentemente bueno a la hora de esquivar objetos voladores.

Un policía le abrió la puerta del coche oficial con un saludo. Era un funcionario de cierta edad, al contrario que sus más jóvenes y fornidos compañeros, que luchaban denodadamente por contener a la multitud.

El diputado Cornejosa-Pío resopló aliviado en la seguridad de su coche literalmente blindado.

-A casa, Ortiz.

-Muy bien, señor diputado.

¿Qué demonios quería toda esa gente? Gritaban mucho, pero no se les entendía nada. Decían algo de igualdad de oportunidades. Y, quizás, no les faltaba razón. Era innegable que el diputado Cornejosa-Pío había partido con muchos cuerpos de distancia en la carrera de la vida pero, ¿acaso era culpa suya? Y, por otro lado, seguro que todas aquellos que se quejaban de sus privilegios no serían tan partidarios de la igualdad si ellos hubieran sido los afortunados.

¿Corrupción? Cornejosa-Pío se apostaría la vida a que esos que tanto protestaban por sus chanchullos políticos en su vida había pagado todos los impuestos de una obra en su casa, por no hablar de las fotocopias personales o los folios robados en la oficina.

"¡Mucho decir que los ladrones somos los banqueros y los honrados los clientes, pero, si no llegamos a ponerles una cadenita a los bolis, habíamos tenido que cerrar por las pérdidas! En el negocio bancario, todo el mundo roba, lo único es que algunos roban millones y otros bolígrafos", eso decía su amigo Pajuña, el de la caja provincial. ¡Y qué razón tenía! 

Y, en cualquier caso, si los antepasados de toda esa gente no se habían percatado de que el sol tiene su ciclo, no era el problema del diputado Cornejosa-Pío.

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