-El día que se entere la Reverenda Madre, nos vamos a caer con todo el equipo.
-¿Se lo vas a contar tú?
-Sabes que no, sólo digo que se acabará enterando.
-Bueno, ¿apuestas o no?
-¿Cómo está Sor Brígida?
-Te doy 10 a 1.
-¿Nada más? ¡Pero si tiene una salud de hierro!
-Y 91 años, querida.
-De acuerdo, de acuerdo.
-¿Cuánto te juegas?
-Cinco.
-¡Anda, que te vas a arruinar, Rockeller!
-¡Váyase a la mierda su caridad!
En un mar de monjas ya bien entraditas en años vivian un puñadito de monjitas jóvenes. El convento era muy aburrido y en algo había que entretenerse, era necesario buscar un inofensivo pasatiempo que hiciera la rutina más llevadera. Y fue entonces cuando Sor Cecilia tuvo la feliz idea, que corrió como la pólvora entre las benjaminas de hábito.
Apostar a ver quién sería la próxima hermana en fallecer. Con la cantidad de ellas ciertamente muy mayores, raro era el año en que no caían una u dos, a lo que había que añadir la emoción de caídas, ingresos hospitalarios y demás.
Emoción un tanta malsana, bien mirado.
Pero la vida en el convento era muy aburrida, y hasta las más devotas vocaciones se merecen su pizquita de malvada pimienta.
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