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martes, 25 de noviembre de 2014

Papá Dhaval.

-Ya vienen los padres de adopción a llevarse a Abhay.

-Muy bien.

-Ya sé que no te gusta un pimiento despedirte de ellos, pero es que ha insistido en que salgas.

-Está llorando con una pataleta tremenda y no se quiere ir, ¿verdad?

-Exacto.

-Vale, diles que ahora mismo voy.

Dhaval suspiró rendido. ¿Por qué se habría metido a eso? ¿Por qué no lo dejaba? Aquello era ya mucho más que un trabajo, para lo bueno y para lo malo.

En efecto, el pequeño Abhay forcejeaba con manos y pies al más puro estilo de un tipo al que llevan a la horca.

-¡Papá Dhaval, papá Dhaval, no dejes que me lleven! ¡Me quiero quedar aquí contigo y con el resto de los niños!

Había llegado el momento de actuar.

-¡Mira, gilipollas de mierda, vete ya o te saco yo a puñetazos! ¿Me dejo el culo para sacarte de la mierda y encontrarte una familia buena que te tenga como un rey y te dé una educación, y así me lo pagas?

Abhay cesó pelea y llanto, totalmente conmocionado.

-Pero...Papá Dhaval...Tú me quieres, tú eres bueno...

-¡Yo no soy tu papá, este señor lo es! ¡Hasta nunca!

Y, sin mediar más palabra, Dhaval abandonó la sala.

Abhay decepcionado, dolido, absolutamente confundido, se fue, dócil como un corderito.

Entre lágrimas -tan de pena como de alegría- profesionalmente reprimidas, Dhaval reanudó su trabajo. Había aún muchos millones de niños que se merecían que él peleara por su futuro.

¿Le hacía ese trabajo feliz?

No tenía ni idea y, en cualquier caso, él no era el tipo de persona que aspira a ser feliz.

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