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martes, 2 de diciembre de 2014

El Paseante (1).

-¡No hay manera de que lo pida! Se aguanta, se aguanta, se aguanta...Hasta que se le escapa toda la caca.

El otro comensal soltó la cuchara con cierta violencia y resopló indignado.

-¡Joder, que estoy comiendo!

La infractora tapó el auricular con la mano y devolvió el enojo.

-¡No seas tan fino, tío!

-¡Sí, me da asco, es una concesión que le hago a pertenecer a un país civilizado, un mundo donde hablar de según qué cosas en la mesa está mal visto.

-Luego te llamo, hija, que mi hermano es un gilipollas.

Y la infractora colgó.

-Gracias, hermanita, ha sido todo un detalle.

-¡Insisto, no sé cómo te puede dar asco esto con la profesión que tienes!

-No es una profesión, yo soy auxiliar administrativo.

-¡Pero te pagan por ello!

-¡Es un servicio que le hago a gente con un problema!

-Ya...

Ramón Cotomanga era, en efecto, sargento de oficina. Pero, en sus ratos libres, se había especializado en llevar animales -mascotas- ya muy viejecitos o enfermos a que "los durmieran". A menudo, los amos legítimos no tenían el valor, y Ramón se encargaba. "Sacarlos a pasear", así le gustaba llamarlo a él.

-Hermano, estas hecho un amargado, te hace falta un buen desfogue. ¿Cuánto tiempo hace que no te pones ropa interior limpia con expectativas de que te la vea una tía?

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