Si dicen que hay verónicas de cartel de toros, aquella cara era de póster del Domund. Los ojos grandes y asombrados, la boca a medio sonreír y los brazos más delgados de lo que conciencia recomendaría. ¿Qué mejor candidato para estrenarse como misionero?
Le había explicado quién era Dios, y Jesús y que había un libro llamado Biblia que, ahora que le iban a enseñar a descifrar letras, algún día podría leer si quería.
-Yo he visto a mucha gente morir y he visto como los enterraban. ¿Qué pasa con ellos?
-¡Eso es lo mejor de todo! Sus cuerpos se quedan bajo el suelo, pero sus almas -¿te acuerdas que te hablé del alma?- van al cielo si han sido buenos.
-¿El cielo?
-Sí, un sitio donde todo es paz y bondad, donde no hay dolor y se es eternamente feliz junto a Dios y tus seres queridos.
-Vamos, algo parecido a Europa.
-¡Mejor que Europa!
-¡Vaya, pues sí que tiene que estar bien! Usted ha estado, ¿verdad?
-No.
-Entonces, ¿cómo sabe que existe?
-¡Porque tengo fe!
-Ya, otra vez eso de creer cosas que ni uno mismo ni nadie ha visto.
-Bueno, hijo, tú haz el bien, que eso nunca te puede hacer mal. Si hay cielo y vas, pues estupendo, y, si no, pues habrás pasado por esta vida repartiendo felicidad, que, bien mirado, puede que sea mejor.
-Y, si hago el mal y todo eso de la fe es verdad, ¿qué pasa conmigo?
-Entonces, irás a un sitio llamado infierno.
-Que tampoco conoce usted a nadie que haya estado, claro.
-No, pero si nos damos un paseo por el barrio, te harás una buena idea de cómo dicen que es y seguro que no te costará mucho creer en su existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario