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lunes, 27 de octubre de 2014

La Pirámide de la Inmundicia.

-Las cosas no pasan solas, porque sí; las cosas hay que propiciarlas, darles un empujoncito -dijo el veterano garajista a su nieto, al tiempo que se apresuraba a salir al encuentro de un cochazo de esos que ahora llaman "de gama alta"-. Deje el coche aquí, don Jaime, que ya se lo aparco yo en "su sitito".

El barrigudo del traje se bajó trabajosamente del su automóvil y, sin molestarse en mirarle a la cara, le hizo entrega al garajista de las llaves del coche y un billete de poco valor (pero billete, al fin y al cabo) y se largo sin mediar palabra.

-Oye, abuelo, ¿dónde lo vas a meter, si el garaje está lleno?

-¡Pues donde el túnel de lavado!

-¡Pero ahí no se puede aparcar, está prohibido!

-¡En este parking se aparca donde a mí me sale de los cojones y punto! ¡Y déjate enseñar, coño! ¿A ti te gustan lo billetes como este o no?

Don Jaime, ahora convertido ya en Jaime, sonrió a la pareja de recién llegados a su restaurante.

-¡Qué placer verle por aquí, señor Vasijero! ¡Y qué sorpresa, que no me he percatado de que tenía reserva!

-¡Es que no tenemos, Jaime! La cosa ha surgido un poco de improviso, ¡a ver si nos puedes buscar un huequecito por ahí, hombre, en esa mesita que sabes que me gusta tanto!

-¡Faltaría más, señor Vasijero! A ver, Manolín, conduce al señor concejal y su acompañante a la mesa 12.

(-Pero, jefe, que la 12 está reservada).

(-Tú obedece y calla, niño).

El concejal Vasijero daba y quitaba licencias, mejor llevarse bien con él. La mesa 12, esa que "tanto le gusta", era rinconera y muy discreta, lejos de oídos indiscretos. El acompañante del señor concejal era un señor constructor.

E iban a hablar de sus cositas.



Las cosas no pasan solas, porque sí; las cosas hay que propiciarlas, darles un empujoncito.

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