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lunes, 1 de septiembre de 2014

El Agua de la Bondad (y 7).

-¿Es usted consciente de la cantidad de problemas que le ha creado a mucho gente, empezando por usted?

-Ya se lo he dicho, mi general: perdimos el sistema de navegación y la radio. Me desorienté. Entonces vimos la columna de humo y pensé que el incendio era en nuestro propio país. El capitán se limitó a cumplir mis órdenes.

-¡No me toque las pelotas, coronel!

-Sí, señor.

-¡Ha provocado un incidente diplomático de primer orden!

-Ya le he dicho lo que pasó, señor.

-Claro...¡Fuera de mi vista!

La versión oficial habló de dos pilotos muy inexpertos que se perdieron y pensaron que el incendio era en su país. Hubo una disculpa formal y la cosa terminó allí.

El coronel recibió un castigo testimonial, aunque muchos coincidían en que aquello posiblemente había puesto freno a la brillante carrera que le conducía a convertirse en general.

Le daba igual. Seguía yendo a la orilla del río y contemplado feliz y satisfecho como corría hacía el mar. Pero, sobre todo, tenía la conciencia tranquila. Se había dado cuenta de que su misión no era defender un río, sino garantizar que los que necesitaban de su agua pudieran disfrutar de ella, independientemente de quiénes fueran.

Si, como parecía probable, no le daban el ascenso a general, seguramente abandonaría el ejército y buscaría otro camino.

Seguramente, el camino de intentar convencer a la Humanidad de que el agua es de todos.

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