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viernes, 18 de abril de 2014

El Blues del Miércoles Santo por la Tarde

Las calles están recién pintadas en color vacío desierto. Los pocos que no han huido despavoridos de la rutina -los que carecen de dinero, pueblo o ganas de fugarse a cualquier parte- se esconden en sus hogares, sin duda avergonzados de haberse quedado en la ciudad.

Los únicos moradores de las avenidas y las esquinas son los turistas, con sus gorras, sus cámaras y el mapa que han comprado en un kiosco. Caminan despacio, con la vista al cielo de los monumentos y la boca bien abierta. Es lo que tiene ser forastero cultural, que lo que para otros se ha vuelto invisible de pura rutina, para ellos es interesante hasta el punto de merecer una fotografía.

Los comerciantes en su cabales han cerrado a medio día para dedicarse a cualquier otra cosa. El resto, los que son nuevos -o lo parecen, o no tienen nada mejor que hacer con una tarde de sus vidas-, hacen guardia a la puerta de sus negocios, con la contrariedad reinando en el rostro y las manos cruzada detrás de la espalda. De vez en cuando miran al cielo, como si esperaran que de allí les lloviera algún cliente despistado.

Hace años solía haber niños correteando por las calles, pero ahora tienen cosas más importantes que hacer con su tiempo libre, tienen máquinas que les llevan a mundos imaginarios e irreales, u otras que hacen de este un mundo triste, frío y virtual.

Cuando el sol empieza a recoger los bártulos de dar luz, algunos salen a dar un paseíto, tomar el fresco -puede que incluso una cerveza con olivas si da el presupuesto- e intentar espantar a los fantasmas del aburrimiento,. Tienen pocas posibilidades de éxito.

Y, por fin, se hará de noche, y se certificará que los oscuros moradores de las ciudades en época de vacaciones podrán afirmar orgullosos que han sobrevivido a otro Miércoles Santo.

Mañana es Jueves Santo. Seguro que hay alguna procesión con la que entretenerse.

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