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viernes, 25 de abril de 2014

Bautismo de Mingitorio.

-¡Me cago en tu padre!

Basilio, cruzado de brazos, se revolvió nervioso en su asiento. No es que le incomodara escuchar esas palabras, -en absoluto, llevaba tres décadas yendo al fútbol y, de hecho, él mismo las había pronunciado múltiples veces en partidos más comprometidos- pero el tono sí que le resultaba molesto. No era bonito escucharlas saliendo de la boca de un niño tan pequeño, con su infantil vocecita de pito bajo un gorro oficial de lana calado hasta las orejas. Hasta que te cambia la voz, a un tío no se le deberían dar permiso para cagarse en el padre de nadie.

El niño tenía a quien salir, obviamente. Este tipo de cosas no se suelen aprender de una madre. El papá de la criatura también le estaba recetando al señor colegiado su buena ración de insultos.

Y en eso llegó en minuto 12 de segundo tiempo. El pequeño palabrotero empezó a dar ridículos botecitos en su localidad y, al instante, le dijo algo al oído a su progenitor.

Los niños siempre quieren ir a hacer pis en el peor momento, es una ley universal.

El papá le indicó con un gesto a su nene que tomara el camino de la escalera. El chavalín sorteó a Basilio sin dificultad. Así de menudito era. 

Para que pasara el padre, en cambio, Basilio tendría que levantarse. Es lo que tienen unos añitos de matrimonio: que uno echa tripa y bigote.

-Con permiso...Que voy con el chaval a mear.

Basilio se dispuso a deslizar su trasero por el respaldo plástico del asiento. Pero no pudo resistir la tentación de no moderse la lengua antes de hacerlo.

-Caballero, yo creo que que si se tiene edad para cagarse en la puta madre del árbitro, también se es lo bastante mayor como para sacarse la picha, mear y sacudírsela uno solito.

El padre miró fijamente a Basilio, se volvió a sentar y le chilló a su cachorro:

-¡Vete solo, coño, que tienes que espabilar!

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