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domingo, 23 de marzo de 2014

Pepito de Ternura.

Pepito es feliz, aunque, claro está, su felicidad se escribe con minúscula, porque no reúne los requisitos que marcan las multinacionales para que te certifiquen la felicidad: no es un profesional de éxito, ni el titular (junto a una entidad bancaria) de un lujoso piso en el centro, ni tampoco conduce un coche que corre mucho.

Por tanto, cuando él hace descarado alarde de su felicidad, cuando se ríe con todo, cuando todo le gusta y cualquier cosa le ilusiona, las autoproclamadas "personas normales", le miran con carita de lástima y se lamentan de la mala suerte que ha tenido por nacer así y lo inocente que es.

¡Maldito un mundo donde ser inocente se ha convertido en algo que puede ser malo!

Y no obstante, las personas que tanta lástima le tienen carecen del cariño que a Pepito le dan las personas que le quieren, al igual que no tienen la capacidad de repartir -de derrochar- cariño que Pepito posee.

¡Es tan fácil querer a Pepito, si dejas los prejuicios aparcados y permites que te dé un abrazo! Pero, claro está, a las "personas normales", Pepito les incomoda. No da buena imagen. Le sonríen forzados mientras desean que se quite de su vista lo antes posible.

Las "personas normales" sueñan con creerse especiales, y se piensan que eso lo pueden lograr comprando ropa, coches o vacaciones. Pero aquí el único que es especial de verdad es Pepito.

Pepito es feliz, porque él ha decidido que es feliz, porque es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que la única persona que decide si eres feliz o no eres tú mismo, y nadie tiene el derecho de repartir y sellar "certificados de felicidad homologada"

Pepito es feliz, ¿y de qué diablos se trata en esta vida si no?



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