-Pero, oiga, ¡habrá que notificar a las autoridades que esto está aquí!
-Pero, ¿para qué? ¡Si estas pistolas están ya más oxidadas que yo! ¿No le he dicho que son de cuando Maryonat era joven?
-¡Si realmente fueran suyas, estarían en un museo!
-¿Mostraría usted las armas que usó para matar a gente inocente?
-¡No diga tonterías, si Maryontat hubiera hecho eso, se sabría!
-¿Quién lo iba a contar, quién iba a manchar la reputación del salvador del país?
-¡Pero se habría sabido en el época, las familias de los policías, de esa mujer y ese niño!
-Eso fue en la época de Boersen, y bien sabrá usted que con el dictador nos enterábamos de la mitad de la mitad...
-Pero, ¿y los hombres que estuvieron con Maryonat, sus compañeros de huida...?
-¿Por qué habrían ellos de reconocer que mataron a inocentes?
Aquello ya sí que era demasiado.
-¿Y cómo sabe usted todo esto que nadie sabe?
-Ya se lo dije, porque me lo contaron ellos mismos.
-¡A usted y a nadie más!
-Yo era el único subía aquí, no se lo pudieron contra a otros...
-¿Y por qué le habrían de confesar a usted esos crímenes?
-Quizás porque entonces no les parecían tan graves.
-Es decir, que hay una gran campaña de silencio para evitar que se sepa que un líder mundialmente reverenciado era un asesino. ¡Si eso fuera verdad, le habrían matado!
-Hombre, sí es cierto que me vinieron a ver. Y fueron muy convincentes, la verdad.
-¿Y por qué no le liquidaron?
-Maryonat no era un asesino o, mejor dicho, había dejado de serlo. Les basto que jurara silencio.
-¿Y por qué me cuenta usted ahora todo esto?
-Pues porque presiento que no me queda mucho, y, después de todo, aquella mujer y aquel pobre niño merecen que se sepa la verdad.
-¿Y qué quiera que haga yo ahora?
-Lo que le dicte su conciencia, amigo.
(Dedicado a la memoria de las víctimas del Umkhonto we Sizwe).
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