Sin duda, el tipo aquel estaba chocho, pero le había ofrecido enseñarle la cueva donde -decía él- Maryonat había estado escondido y, después de todo, Camel no tenía nada mejor que hacer y un paseo por el campo siempre es agradable.
-¡Mire, aquí esta la entrada!
Camel llegó unos segundos más tarde, y tardó unos más en recuperar el aliento. ¡Caramba con el abuelo!s
-¿Y dice usted que Hugo Maryonat vivió aquí?
-Unas semanas, junto a un par de compañeros, cuando huían de la policía. Luego se fueron.
-Sí, a ese sucio dictador de Boersen y sus secuaces nunca les gustaron las ideas del joven Maryonat y su gente.
-¡Ni tampoco que fueran por ahí matando gente, supongo!
-¿Cómo "matando gente"?
-Sí, hombre, ellos mismos me lo dijeron.
-¿Qué le dijeron?
-¡Pues que habían matado a dos policías, una pobre mujer y a su niña inocente en un tiroteo!
Las tonterías del vejete empezaban a pasar de castaño oscuro.
-¡Qué tonterías dice usted! ¿Por qué habría usted de saber que se ocultaban aquí y que eran responsables de esos crímenes?
-Pues porque yo trabajaba de pastor, los vi y les eché una mano. Y, en lo referente a lo otro, aquí tiene usted las pistolas. Se llevaron dos cada uno, y dejaron estas de reserva. Dijeron que vendrían a por ellas, pero nunca lo hicieron.
Allí en una esquina, había, en efecto, un puñado de armas de fuego. Y parecían, por diseño y roña, que eran muy, muy antiguas.
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