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sábado, 31 de agosto de 2013

El Cabrerillo Bueno (y 5).

Habían pasado muchos años. Llegaron hombres, pero estos no llevaban escopetas, sino tarteras con tortillas y filetes empanados.

El cabrero, que había aprendido el oficio de un cabrerillo bueno mucho tiempo atrás, contempló a los recién llegados con un gesto divertido mezcla de sorpresa e incredulidad.

-¡Buen hombre, ¿le molesta que nos sentemos aquí a comer?!

-Nada, señores, el campo es de todos. Todo lo contrario, me dan una alegría. Así me dan ustedes un poco de conversación.

-No viene mucha gente por aquí, ¿verdad?

-Poca, poca.

-¿Y cómo es que a usted le dio por meterse a esto?

-Cosas de cuando terminó la guerra...Un hombre muy bueno me ocultó de aquellos que venían a matarme...Me ocultó durante muchos años, sabiendo que en cualquier momento podían descubrirnos y que eso le costaría la vida.

-¿Metido en esa cabaña?

-No, él sabía que buscarían allí. Cabó un agujero ahí, cerca del arroyo. Apena se entraba. Sus sentidos estaban entrenados: oía sus pasos, olía su sudor, presentía que venían en mi busca y me ordenaba que me metiera corriendo.

-¡Qué miedo! ¿Y qué fue de ese hombre tan bueno?

-Pues, como tantos hombres buenos, está ahí, enterrado en el mismo agujero que cabó para mí como refugio, sin que nadie -salvo que yo, y ahora ustudes- sepan de su inmensa Bondad. Pero a él le da igual, él no quería pasar a la historia, o que le hicieran un monumento en la plaza de un pueblo. Pero, no obstante, yo le he plantado un árbol encima y le rezo todas las tardes.Y estoy seguro de que él es feliz con eso, de que no esperaba otro premio, que no deseaba nada más.

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