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viernes, 30 de agosto de 2013

El Cabrerillo Bueno (4).

Apenas pasaron unos días. Hombres con escopetas llegaron al valle, una vez más. El cabrerillo los esperaba. Les acompañaba aquel muchacho asustado como un cabritillo -el cabrerillo entendía mucho de eso- de hacía casi dos años, sólo que ahora era un hombre energético y seguro de sí mismo -con traje caro (dadas las circunstancias) y su bigotito a la moda-.

-¡Buenas tardes, muchacho!

-¡Qué cabrón eres!

-¿Por qué dices eso, muchacho!

-Estamos buscando a un canalla y un traidor, y no aparece por ninguna parte. Seguro que está aquí ¡Dile que salga!

-¿Por qué le iba a tener escondido yo?

-¡Porque tú eres de los que ocultan a la gente!

-Cierto que te escondí a tí. Pero esa persona a la que buscáis es del otro bando.

-¡Tú no tienes bandos, tú eres un tibio, y los neutrales son tan traidores como los que más, y además unos malditos cobardes!

-Entrad a buscarle si queréis, pero no vais a encontrar a nadie.

-¡Ese truco ya no te funcionará! ¡Vosotros, registrad esa chabola!

Los hombres de las escopetas entraron en la cabaña. Mientras estaban dentro, el cabrerillo se limitó a sentarse en una piedra y mirar al infinitivo con cara de pena indiferente.

-No hay nadie, jefe.

-¿Habéis mirado bien?

-De cabo a rabo.

-¡Inútiles!

El muchacho convertido en hombre entró, pero él tampoco halló a nadie. Se fue enfadado, enfadadísimo, iracundo, sin despedirse del cabrerillo.

Al cabrerillo le dio igual.

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