El agente judicial con paraguas se situó detrás de los dos fornidos policias. Era algo que la experiencia y el sentido común claramente dictaban.
-¿Llamo?
-Por favor.
El timbre sonó. Era una bonita melodía. La más cruelmente inapropiada para el momento.
Se oyeron pasós -tan sólo tres-. Les estaban esperando. Los chasquidos de cada vuelta de llave al abrir la cerradura sonaban casi como disparos. La puerta se empezó a abrir. Los policias tensaron los músculos. El agente judicial se escondió un poquito más y apretó el mango de su paraguas.
Ahí estaba, un hombre pequeñito, moreno, mal peinado.
-Buenos días, ya sé a qué vienen. No teman, que no me voy a resistir.
-¿Don Julián Pérez Herrero?- preguntó frío -pero también más relajado- el agente judicial.
-Servidor...Les repito que ya sé para lo que están aquí...Bueno, ¿tengo que firmar algo?
-No, sólo abandonar el inmueble y entregarme las llaves.
-Ya. Pues tenga. Sabe, tenía la esperanza de que no vinieran, pero...¡No sé cómo a estas alturas yo todavía sigo teniendo esperanzas! ¡Jamás se me ha cumplido ninguna en mi vida! También tenía muchas esperanzas cuando compré este hotelito...¡Lo puse precioso, el pueblo era precioso, tenía todo tanto encanto! Me gasté lo que me sobró del crédito en poner anuncios por la carretera ¡Sólo quedaba esperar que los clientes vinieran...! Pero, ya ve, ellos nunca vinieron...¡Mis esperanzas no son más que sueños que jamás se cumplen! En fin, si no me quieren para nada más, yo me voy...
El agene judicial se encogió de hombros y asintió, uno de los policias incluso no pudo reprimir el impulso de darle la mano a Julián y desearle suerte.
Julíán se fue a buscar el próximo sueño que jamás se cumpliría.
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