Todo el mundo tiene conciencia, lo que varía de persona a persona es la capacidad de domarla hasta hacer que se pase el mayor tiempo posible calladita.
Dicho lo cual, nadie -al menos en público- negará que este mundo está fatal y que debería poner su granito de arena para ayudar a que las cosas cambien. Sospecho que en privado la mayoría de las personas también tienen sus ratitos de eso que se llama "mala conciencia".
Y llegamos, pues, a la clave del asunto: cómo justificar ante vosotros hermanos y ante mí mismo (puede que incluso ante Dios) que no hago nada para cambiar un mundo que necesita cambios.
Es entonces cuando viene -como caída del cielo- la excusa perfecta para evitar colaborar con una organización benéfica -en sus diferentes formas: Don Desprestigio.
"No, yo a esa gente no le doy dinero, porque acuérdate que un directivo se lo gastaba en cenas".
En otras palabras, que me niego a ayudar a que miles de personas se beneficien porque un manzana podrida dedicó parte de los recursos a un fin personal.
"¡Jamás voy a apoyar a esa gente, que recuerda lo opinan sobre el caso aquel!"
O sea, que no quiero colabora con una organización que lucha para que miles de personas encarceladas por sus ideas puedan recobrar la libertad porque, en un caso puntual, su opinión y la mía son contrarias.
Lo cierto es que la estrategia es muy efectiva: si rasca un poco, no encontrará ninguna organización benéfica sin una mancha en su historial. E incluso viste más en sociedad si uno declara públicamente haber abandonado una organización tras un escándalo. Transmite una preciosa imagen mezcla de espíritu solidario e integridad moral que impresiona mucho al personal.
Así que nada, damas y caballeros, sigan devorando ávidos y aliviados los diversos casos de corrupción en el mundillo de la solidaridad. Y a los millones de personas que nos necesitan pues -básicamente- que les den.
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