-¿La soga?
-Exacto. La que tenía preparada no me convence y la de reserva tiene que estirarse, así que hay que retrasar el cumplimiento de la sentencia.
-¿Cuánto?
-Hasta las cinco y diez de la tarde.
-Exactamente.
-Exactamente.
El director de la prisión de Pentonville levantó la ceja, serio, muy en su papel.
-Esto es muy decepcionante. Le tenía a usted por el mejor en lo suyo.
Me daba igual lo que me dijera. ¿Quién quiere prestigio en el campo de ahorcar seres humanos?
-Nadie es perfecto, señor.
-En fin. Supongo que no hay alternativa...Pero sepa que puede que después de esta error no se requieran más sus servicios en esta prisión.
Agaché la cabeza por fuera, sonreí por dentro. Al fin y al cabo, estaba presenciando una comedia.
Le di la noticia al cura. Me devolvió un calurosísimo abrazo, de esos que te quitan el frío del alma.
-¡Eres un buen hombre!
-A ratos, padre, a ratos. Pero también he sido muy malo...y lo sigo siendo.
-Dios te perdona, hijo.
Eso espero. La capacidad de perdonar algunas cosas que he hecho sólo debe de estar al alcance de Dios. Pero, como de costumbre en mi vida, no había tiempo para cursilerías. Aunque fuera con unas horas de retraso, tenía un ser humano al que matar.
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