-Supongo que lo primero que querrá saber es de dónde saca un condenado a muerte 100 libras.
-Es un buen comienzo para la historia.
-Pues, según el mismo Cornell me contó, empezó con un penique que encontró tirado en el patio de la cárcel. Él sabía que había un vigilante aficionado a las carreras de caballos, cruzó una apuesta con él y le ganó. Y a ésa siguió otra, una tercera con otro guarda y así hasta acabar apostando con media cárcel y amasando las 100 libras a partir de esas pequeñas apuestas.
-¿Ha sacado todo ese dinero a partir de un penique?
-Él dice que desde que lo condenaron a muerte está en racha, la mejor de toda su vida. Dice que le vienen corazonadas, y que se cumplen. Lo crea o no, dice que jamás había sido tan feliz. Por eso recurrió a mí, porque tiene una última corazonada, y se juega su fortuna a todo o nada. ¡Y si es todo, el dinero será para mi parroquia!
-Pero, ¿qué pasa si es nada?
-Es la última voluntad de un hombre que va a morir.
-Y usted quiere que no muera sin saber si es todo o nada.
-Exacto. He intentado convencer al director de la cárcel de que aplace la ejecución, pero, claro, el reglamento es el reglamento y no se puede quebrantar, y menos por razón de una apuesta.
-¿Ha probado dirigirse al juez?
-No, hablé con el director porque me pareció de confianza y discreto, pero no me atreví a dirigirme al juez. Como comprenderá...¡Si trascendiera que un hombre de Dios participa en apuestas!
-Sí, pecar está muy mal visto, aunque sea por una buena causa.
-Entonces, ¿cree usted que me puede ayudar?
-No le prometo nada, padre.
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