-Pero, oiga, ¿no me da usted ningún resguardo de la apuesta?
-No, lo siento, padre. La casa con la que apostamos no emite de esos.
-Pero, ¿cómo demuestro yo ante Cornell que la apuesta se ha formalizado, que no me he quedado yo con su dinero?
-Supongo que va a estar usted con él hasta el ultimísimo momento...
-Sí, ese es el deseo del condenado. Pero, ¿qué pasa con el recibo?
-Bueno, pues mire, voy a hacer las presentaciones, que mañana con las prisas no vamos a tener tiempo. Soy el tipo que va a ahorcar a Cornell, y le doy mi palabra de que la apuesta está cruzada y bien cruzada. El gobierno de su Graciosa Majestad se fía de mí para que le haga el trabajo sucio con discreción, así que espero que usted también me dé un voto de confianza.
El pobre sacerdote se había quedado de una pieza.
-Usted es...
-Sí, yo soy. Pero, por favor, vamos a dejar el tema aparcado hasta después de la ejecución. Se lo pido por favor.
-Será...será todo a las nueve de la mañana, ¿verdad?
-En efecto. Y tranquilo, que no sufrirá. Todo habrá acabado deprisa, muy deprisa, antes de que las campanas terminen de dar las nueve. ¡Los testigos primerizos siempre se sorprenden de lo rápido que pasa todo!
-Ya...Es una lástima que Cornell se vaya de este mundo sin saber si pierde o gana esa última apuesta.
-Por favor, padre, dígame que no me está insinuando lo que pienso.
-¡Déjeme que le cuente algo y luego decida si quiere intentar ayudarme!
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