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domingo, 23 de junio de 2013

Polonio Pesado.

Los cuerpos se balanceaban levemente ante los bancos como espigas mecidas por el aburrimiento. La mayoría estaban cruzados de brazos, con el gesto serio -como de estar muy atento y concentrado- y la mente a muchos kilómetros de distancia. De vez en cuando, algunos se tapaban el rostro con la mano, como entrando en trance místico, aunque, en realidad, lo que hacían era disimular torpemente un bostezo.

El sacerdote indicó con un leve gesto a los allí congregados que tomara asiento.

-(Tío, me parece a mí que de esta ya no me vuelvo a levantar).

-(Pues para mí ha sido un alivio, porque me estaban empezando a dar vueltas las cosas).

En su púlpito, el Padre Polonio seguía a lo suyo, con su eterna sonrisa de satisfecha autocomplacencia, dibujando lento y monótono los momentos de la ceremonia.

Que el Padre Polonio era un pesado no era ningún secreto. Al principio, la cosa se atribuía a su falta de experiencia. "¡Ya irá aprendiendo!", decía iluso el alcalde de turno.

Pero, casi tres décadas después, aquello era cada vez peor.

La situación era, de hecho, casi insostenible, pero, ¿quién le ponía el cascabel al gato? Don Honorio, el boticario, por aquello de ser el hombre de ciencia del pueblo, lo había intentado con toda su buena fe, pero las indirectas habían caído en saco roto. Don Valentín, el alcalde, había intentado ser más enérgico en sus palabras, pero, por respuesta, recibió lo mismo: palabras que no se tradujeron en hechos.

Dice Don Jacobo, el maestro, que el Padre Polonio es una prueba que les pone el Señor, que ir a misa cada Domingo y Fiesta de Precepto es Camino de Santidad, y que, por tanto, un cura que les lleva a todos de cabeza a los altares no puede ser tan mal sacerdote. Don Jacobo es un guasón.

Paquito -el del bar- por contra, dice que a él las pocas veces que va a misa las cosas que se le pasan por la cabeza y, bajito, por los labios le llevarán de cabeza al Infierno.

Pero al Padre Polonio le da igual, él sigue con su sonrisa serena y su verbo arrastrado de eses arrastradas. Es inmensamente feliz en su narcisismo predicador, y nadie le va a privar de seguir siéndolo.

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