En cualquier otro lugar más fértil, habría pasado totalmente desapercibida para los caminantes, pero, en mitad de ese desierto, la charca presidía todo un oasis de vida entre la nada ardiente.
El oasis estaba bajo el control del Señor, que, no obstante, permitía libremente tomar agua de la charca a cualquier persona que así lo deseara.
Había sido así cuando el Señor tenía una frondosa barba caoba, y lo seguía siendo ahora que se había tornado blanca.
Así pues, cada poco tiempo alguien se aproximaba a la charca en busca de un trago -un cubo incluso- del preciado oro transparente (o, al menos, todo lo cristalina que puede estar una charca en mitad de un mar de arena).
El recién llegado visir, recomendado por un primo del Señor para sustituir al recientemente fallecido, llegó junto al Señor a la charca y contempló la escena.
-¿Cómo os pagan, Mi Señor?
-¿Quiénes?
-Los que toman agua de vuestra charca, ¿qué os dan a cambio?
-Las gracias.
El visir sonrió. El Señor tenía sentido del humor.
-Ya, eso por descontado, pero, ¿qué más os entregan: monedas, animales...?
-Nada.
-¿Nada?
-Es agua, estamos en mitad del desierto, ¿cómo se la podría negar?
-¡Pero se están aprovechando de vos! ¡Vienen y se llevan vuestra agua a cambio de nada!
-Esta gente es pobre. ¿Cómo cobrar a los que nada tienen?
-¡Pero es muy cómodo tener agua sin tener que hacer nada a cambio! ¡Estoy seguro de que si esta panda de vagos se molestara en escarbar un poco, podrían encontrar pequeños pozos de los que surtirse y no aprovecharse de vos!
Entonces, una anciana se acercó lentamente a la charca y, no con poca dificultad, se agachó y empezó a beber agua ansiosamente. En uno de los descansos para tomar aire, se percató de la presencia del Señor. Le sonrió e inclinó la cabeza.
-Y dime, mi sabio visir, ¿cómo cavará esa mujer su pozo?
-¡Pero esa es una excepción! ¡Es fácil saber a quién regalarle vuestra agua y quién no!
-Entiendo. Por ejemplo, apuesto a que a ese hombre que llega por allí no hay que dársela.
El visir entornó la mirada y vio a un hombre joven y fuerte que se acercaba a la charca.
-¡Por supuesto! ¡Que cave!
-Ya...¡Khalid, buen día! -dijo el Señor, al tiempo que levantaba su mano en señal de saludo.
Khalid se limitó a sonreír y hacer una reverencia.
-¿Sabes por qué no me ha saludado con la mano? Pues, porque no puede levantar ninguna de las dos. Luchando por mí resultó herido en ambos brazos y ha perdido la movilidad. ¿Le sigo negando el agua?
-Pero, Mi Señor, son excepciones....La mayoría se aprovecha de vuestra bondad...¿Queríes que se os recuerde en la Historia como un hombre bobo al que engañaban y del que abusaron sus súbditos mil veces?
-Esas mil veces lo prefiero a ser recordado como un canalla que negó una sola vez el agua a una boca que tenía sed.
No hay comentarios:
Publicar un comentario