A Virtuditas (como le llaman las amigas de toda la vida), cuando se lo dijeron sus hjos (que ella no lo sabía aún porque las madres son especialistas en no ver lo evidente), ya uno le parecía demasiado, pero dos....¡Eso sí que era absolutamente intolerable! Menos mal que el abuelo ya no estaba en este mundo, porque, sí no...¡Les pega un tiro a cada uno! Y a la abuela mejor no decirle nada, que del disgusto igual se les moría (la abuela, obviamente, lo sabía de sobra, que la cosa era evidente, y las abuelas siempre hacen que no se enteran de nada, pero en realidad lo saben todo).
Pero no había que temer, Virtuditas lo acabaría asimilando, que una madre lo perdona todo (hasta lo que nada tiene que perdonar).
Aunque no todo eran disgustos: los hermanos eran escritores de éxito (cada cual en su estilo). Samuel, el mayor, era novelista de emergente prestigio (máxime ahora, que le habían dado el Premio de Nacional de Literatura Joven), mientras que Lucas, el pequeño, escribía artículos de estilo, moda y cotilleo. No tenían -ni de lejos- la calidad de los libros de su hermano, pero a las señoras les hacía mucha gracia, al igual que sus intervenciones en radio y televisión.
Samuel e Isidro -su "amigo más cercano"- van todos los años al desfile. Discretos, como lo son en todo, se mezclan con el resto de asistentes, siempre en un cómodo segundo plano, aprovechando que son altos.
Lucas, en cambio, desfila personalmente (no se lo perdería por nada del mundo). En primera fila de la más grande de las carrozas, y vestido de vedette con sus plumas, su tanga y sus pestañas postizas. Siempre causa sensación, y es aclamado con gritos y aplausos por la multitud, su multitud. Esto le hace que se venga más arriba, si cabe, y que sus pasos de baile y ademanes sean todavía más exagerados.
-¡Mira, por ahí viene mi hermano! ¡La madre que lo parió, está cada vez peor!
-¡Déjale, Samu, que así es feliz!
-¡Pero si es que no tiene cuerpo para ir así, mira qué lorzas!
-¡No seas malo, hombre!
Samuel tuerce un poco el morro, pero se calla. No había nada que temer, Samuel lo acabaría asimilando, que un hermano lo perdona todo (hasta lo que nada tiene que perdonar).
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