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viernes, 24 de mayo de 2013

Los 1001 Capítulos (3).

Todo había empezado como un jueguecito de humor sádico y cruel: Jack Pucelle, el sanguinario Jack Pucelle condenado a muerte en espera de ejecución, publicaba una novela. La opinión pública había reaccionado con clamorosa indignacion, pero ese era un país libre y no había nada que se pudiera hacer. No obstante, ninguna gran editorial había accedido a publicar la obra. Por tanto, una pequeña editorial compró los derechos e intentó comenzar a distribuirla, pero ninguna librería quería vender aquello, por la propia integridad de sus escaparates. No hubo problema, para eso estaban las ventas por correo. Al principio, sólo los curiosos con más morbo en las venas querían aquello, pero pronto empezó a funcionar en boca a boca (susurrado) y los pequeños talleres de la modesta editorial no daban abasto.

La opinión pública había reaccionado con clamorosa indignacion contra aquel libro, pero lo había leído en privado.

Les gustara o no, el asesino aquel tenía un inusitado talento para mantenerles pegados a todas y cada una de las 543 páginas de un tomo.

Y, oyendo el dulce tintineo de las monedas, a más de uno se le empezaron a pasar los escrúpulos.

La publicación del segundo libro ya corrió a cargo de una gran editorial, aunque a través de una discreta filial, y volvió a funcionar la venta por correo.

El tercero de la saga también arrasó y, sin darse cuenta, todo aquel país se había vuelto adicto a lo que el sanguinario Jack Pucelle les quisiera contar.

El siguiente paso fue el salto a la televisión: los libros fueron convertidos en teleserie, con el previsible éxito de audicencia (y miles de millones en beneficios). Y ahora, 643 capítulos después, parecía que no había manera de que aquella opinión pública, que tanto odiaba al sanguinario Jack Pucelle, se pudiera desintoxicar de sus historias.

El problema era que Jack Pucelle llevaba ya diez años en el corredor de la muerte y había agotado todos sus recursos legales. En otras palabras, que iba siendo hora de que su sentencia se cumpliera. Tan pronto como el juez Winstons así lo ordenara.

Pero, como tan oportunamente le había indicado el abogado Stan Travis al honorable juez, "si usted ejecuta a mi defendido, se acabó la serie para siempre. ¿Se lo explica usted al país, a la cadena de televisión y a sus anunciantes?"

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