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jueves, 23 de mayo de 2013

Los 1001 Capítulos (2).

Al escuchar la puerta de su habitación abrirse, Sharon L. "Pinky" Winstons cambió el canal de la televisón rápido, pero no lo suficiente. Su padre, el honorable juez, resopló -lo hacía mucho-.

-¡Tú también, hija mía!

"Pinky" Winstons, como buena hija pequeña de un señor muy importante, puso su mejor mohín de niña caprichosa contrariada.

-¡Sí, yo también! ¡Me gusta mucho la serie y no me vas a impedir que la vea! ¡Todo el mundo lo hace, todas mís amigas, mamá, todas las amigas de mamá! Así pues, señor juez Napoleón, hágase a la idea de que voy a seguir le serie quiera usted o no.

-¿A qué viene lo de "Napoleón"?

-¡Tú también, hija mía! Esa frase es de Napoleón, usted debería saberlo, señor juez.

-Es de Julio César...¡Qué manera de perder mi dinero es ese colegio tan caro...! En fin, que bajes a cenar cuando quieras...

Esa misma noche, en la cama, el muy honorable juez cesó su lectura, se giró con toda la teatralidad que da su profesión e interrogó muy solemne a su señora esposa:

-Cariño, "Pinky" dice que tú ves la serie esa.

-¿Cuál?

-La que escribe el canalla de Pucelle.

-Sí, he visto algún capítulo.

-"Pinky" dice que estás enganchada.

-¿Qué es esto? ¿Te traes trabajo a casa ahora? ¿Has convertido nuestra alcoba en tu tribunal o tu sala de interrogatorios? Pues mira, si tanto te preocupa, sí, estoy enganchadísima a la serie, como medio país. Me la grabo y la veo cuanto tú no estás. ¿No te das cuenta de que todas mis amigas no hablan de otra cosa?

Fiel a su costumbre, el juez Winstons resopló, aunque con una intensidad inusitada. Jamás se había preguntado cómo le habría sentado pillar a su esposa con otro hombre en la cama, pero estaba seguro de que no peor que aquello.

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