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viernes, 17 de mayo de 2013

La Rosa y la Araña (y 6).

Cada uno por su lado, como hacía la gente moderna de hoy en día. Era lo mejor para los dos, en vista de lo que había pasado. Y por los niños no había que preocuparse. De hecho, hasta se sentían más normales y más acordes con los tiempos por tener a los padres separados.

A Adolfo María le iba mejor que nunca. "Había rehecho su vida", como a él mismo le gustaba decir al tiempo que presumía de novia jovencita. "¡Y de la guarra de mi ex no quiero saber nada, me importa una mierda cómo le vayan las cosas!"

Esto era una completa verdad a medias, porque se alegró un montón cuando se enteró de que lo había dejado con el ruso. De contento que estaba, hasta estuvo por llamarla para intentar arreglar lo suyo. Por fortuna, fue capaz de controlar la euforia.

Por lo demás, Adolfo María siguió frecuentando los mismos círculos (pero siempre con cuidado de no encontrarse con su ex). Los menos amigos se reían de él, "cuernos bailarines" y el "picotazo de la mariquita". Y los amigos de verdad también, pero intentando disimularlo.

-¡Cuidado, que hay mariquitas en este campo, a ver si os va a atacar alguna!

Ese era el tipo de comentarios que escuchaba a lo lejos -pero escuchaba- Adolfo María cuando iba a jugar al golf. Poco originales, muy hirientes.

Pero, ¿qué podía hacer? ¿Encararse? ¡Eso habría sido peor, porque eso era precisamente lo que querían!

Porque sí, ese club de golf tenía a la entrada un jardín tan bonito y tan bien cuidado que seguro que había mariquitas por entre las rosas.

Y, seguramente, también arañas.

De esas que le habían parasitado su más bella flor y le habían arruinado la vida. 

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