¿Denunciar, para qué? ¿Para qué toda esa sarta de chivatos que tenía por amigos se enterara de inmediado de que habia ido a pegarle una paliza al amante de su mujer, y lo había dejado fuera de combate de un sólo directo? ¡Y encima un sarasa....eso le dolía mucho más que el dichoso ojo morado! No, no denunciaria, aunque no le cabía la menor duda de que sus teóricas amistades se acabarían enterando más pronto que tarde.
El bedel, por su parte, tampocó interpondría demanda alguna, que a los señores que van con corbata de seda siempre hay que tenerles un respeto.
Con el alta hospitalaria y la moral muy baja, don Adolfo María salíó de urgencias. Su primer instinto fue buscarse un taxi, pero luego decidió ir dando un paseo. Habían intentado avisar a su mujer, pero no la habían conseguido localizar, aunque, dado que la cosa no era importante en absoluto, tampoco habían insistido mucho.
Mejor, no le apetecía hablar con ella; no quería hacerlo antes pensar un poco y aclarar sus ideas.
¿Separación? ¿Divorcio? ¿Guardar las apariencias, aunque toda la manada de cotillas salvajes supiera la verdad? ¿Qué era lo mejor para él? ¿Y para los niños? La pequeña ya tenía 17, edad de comprender las cosas.
¿Qué era, en suma, lo mejor?
No tenía ni idea. Le parecía la decisión más importante de su vida. Por un lado, le apetecía ser un hombre libre, lavar el baldón sobre su honor y su orgullo masculino liándose con alguna jovencita, de esas que te permiten presumir cuando tomas destilados con los amigotes.
Pero, por otro lado, y por extraño que a él mismo le resultara, le tenía cierto aprecio a su matrimonio.
Bah, lo mejor sería hablar con ella e intentar llegar a un acuerdo más o menos amistoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario