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miércoles, 13 de marzo de 2013

Diez Maneras de Ir a un Funeral Sin Nada de Pena: (y Epílogo).

"Por favor, las muestras sociales de duelo las hacen fuera del templo".

Se conoce que el párroco tenía prisa por cerrar.

Poco a poco, como una lenta procesión de hormiguitas susurradoras, los asistentes fueron abandonando la iglesia.

Cada uno con su historia, cada uno con su dolor, o con su ausencia del mismo.

Salieron de la iglesia y retomaron sus vidas. Para algunas de esas personas -pocas-, ya nunca sería la misma, pero para la mayoría nada había cambiado.

Porque el mundo no se detiene porque alguien se muera, en todo caso, y en ocasiones muy excepcionales, puede que gire un poquito más despacio.

Así pues, no espere que su muerte cause más espanto del necesario, porque, por mucho que la iglesia se llene para su funeral, usted no fue más especial que cualquier otra persona; ni por mucho que reiteren lo bueno que fue, en realidad resultó mejor que su vecino del quinto.

De todos modos, si uno piensa, es un consuelo pensar que la propia desaparición no ha de generar más dolor del estrictamente necesario.

Aunque, por otro lado, ¡qué triste morirse uno y que nadie llore!

Moraleja, que ya se muere esta tan particular historia: que a los funerales sólo dejen pasar a las personas que van de corazón.

Los que van de compromiso social, en comisión de servicio laboral o simplemente a pasar el rato que esperen fuera.

O en el bar de enfrente, siempre hay un bar frente a cualquier iglesia, que seguro que ponen una patatas bravas deliciosas.

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