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martes, 12 de marzo de 2013

Diez Maneras de Ir a un Funeral Sin Nada de Pena: 10-El Turista Accidental.

No sabía exáctamente de qué iba todo aquello -es lo que tiene no entender el idioma-, pero, por las caras y el ambiente, intuía que debía de ser alguna suerte de rito funerario.

Enguele Akimpala pertenecía a una de esas familias tan ricas que cimientan la trágica injusticia de la pobreza en África.

Tan ricos eran, y tan vago y ocioso Enguele, que ni se molestó en ir a estudiar a una universidad extranjera por aquello de la formación, el prestigio y los idiomas, al contrario que la mayoría de los cachorros de sus compañeros de oligarquía.

Y ahora, ya casi cumplidos los cuarenta, le había dado por viajar por Europa, y de un modo pseudoaventurero: con mochila al hombro y tarjeta de credito bien respaldada al bolsillo. Y, nobleza obliga, pernoctando en hoteles de categoría y viajando en vagón de primera.

La cuestión es que se había metido en aquella iglesia católica por curiosidad -que es el combustible del viajero-, y ahora casi se estaba arrepintiendo, pero tampoco tenía el valor de salirse (por si acaso). La gente pronunciaba palabras que él no podía ni entender ni repetir, entonaba cantos que él desconocía y se levantaban y sentaban de un modo totalmente imprevisible

Los de alrededor le miraban, lo notaba. Lo hacían especialmente durante las canciones: ahí todos sus vecinos entonaban con potencia y sentimiento, y él callado.

Aunque, posiblemente, gran parte del error había sido sentarse en primera fila. Él lo había hecho con toda su buena intención, por puro interés de contemplar todo aquello lo más de cerca posible, pero lo único que había logrado era que todas las cotillas de aquella iglesia de provincias -y había unas cuantas- se preguntaran qué parentesco o relación tendría doña  Virtudes con aquel tío negro que se había sentado con la familia más cercana.

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