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sábado, 13 de octubre de 2012

Amor de Hijo (de Su Madre).

-¡Papá, esto de visitar a la abuelita en el pueblo es un rollo, ¿cuándo nos volvemos a casa?!

Si no hubiera habido testigos, si no estuviera tan mal visto en sociedad, Genaro le habría descerrajado un bofetón a Alvarito por hacerle esa pregunta.

Genaro se limitó a exhibir una sonrisa falsa de calidad profesional -al fin y al cabo, se ganaba la vida con ellas- y replicar:

-¿Cómo puedes decir eso? ¿Es que no quieres a la abuelita? ¡Con lo mucho que ella te quiere a tí!

-Sí, si yo también la quiero mucho, pero después de un rato me canso de estar aquí, y también la quiero mucho cuando estamos en casa, y allí tengo el ordenador y la vídeo-consola.

-¡Pues a mí me gusta estar con ella todo el rato que pueda, Alvarito! Además, la abuelita es muchísmo más importante que tus maquinitas electrónicas.

-Entonces, ¿por qué no te vienes aquí a vivir con ella? ¡Hay sitio de sobra en esta casa tan grande!

-¡Ojalá pudiera, pero ya sabes que tengo el trabajo en la ciudad!

-¡Pero aquí también hay! Seguro que el señor Burgueño te hacía un sitio en su fábrica.

-Ya, pero es que en la fábrica se gana menos dinero que en la ciudad.

-O sea, que quieres más al dinero que a la abuelita.

-No, pero es que sin todo el dinero que gano, tú no tendrías esas cosas que tanto te gustan.

-O sea, que es más importante mi ordenador y mi vídeo-consola que estar con la abuelita. ¡Pues hace un minuto tú mismo decías que no! ¡Aclárate, papá!

Se la había ganado. Por mucho que todos los presentes hubieran hecho aquel silencio tan sepulcral mientras su madre le echaba la bronca del siglo y el niño lloraba tan amargamente, a Genaro le daba igual. El niño se había ganada la bofetada bien ganada.

¡Alvarito tenía que aprender que en esta vida las verdades hay que saber administrarlas!

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