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viernes, 21 de septiembre de 2012

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: La Pasión Según Los Cincuentones.

"Llamadme Gus" pronto aprendió la manera correcta de reaccionar cuando una pareja de adolescentes se debate entre la saliva y el mordisco en las inmediaciones del colegio: mirar para otro lado, pasar deprisa y casi silbando. Nadie quiere ver a uno de sus profesores cuando se está inmerso en tales lides.

La tensión se esfuma, sin embargo, cuando los púgiles del deseo claramente ha cumplido la treintena, o la cuarenta, o vaya usted a saber, y además no se está cerca del cole. Entonces, no es que uno mire, pero tampoco deja de mirar.

Él y ella se besaban apoyados en una esquina, en pleno ataque agudo de lujuria otoñal.

Él todavía no había terminado la carrera de "Ciencias Alopécicas", pero le quedaban sólo dos asignaturas; no le vendrían mal mil o dos flexiones y vestía un traje de esos que los profesores pagan a plazos.

Ella, en cambio, lucía un rubio profesional y le faltaban ese par de kilos que siempre le falta a las señoras que se ven terriblemente gordas.

En el fragor de la batalla, cabezas y cuerpos se giraron.

Y los ojos de ella, cerrados, se abrieron lo justo para terminar abiertos como platos.

Azucena, la mamá de los Crespaña López, se había separado hacía un par de años, o, para ser precisos, su marido se había ido con otra. Para cualquier observador imparcial, y todos sus parciales amigos, librarse del chulo de su esposo habría sido toda una bendición.

Pero la pobre Azucena no lo había llevado tan bien: de la llorera al llanto, del llanto a la llorera, y siempre por el senderito de la autocompasión medicada.

Por fortuna, la evidencia rara vez miente, Azucena había superado al chulo impresentable y guaperas, y se había agenciado a un señor calvo y gordito. De esos que hacen realmente feliz a una mujer a ciertas edades.

"Llamadme Gus" pasó más rapido que nunca y con los ojos soldados al suelo. Incluso hasta silbó.

También pasó con una amplia sonrisa de satisfacción.

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