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viernes, 11 de noviembre de 2011

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: Estómagos Sordos.

-¿Qué le digo a mi niña, qué le digo?

"¿Y qué le digo yo que le diga a esta madre?", eso pensó José Luis Trestuestes. Era una pregunta sin respuesta, una interrogación de la retórica de la desesperación y la angustia.

En fin, cuando uno no sabe qué decir, tiene dos opciones: soltar una obviedad o una estupidez. Trestuestes optó por lo primero.

-Hay que confiar en los médicos del hospital, que tienen fama de ser muy buenos.

-¡Tan buenos no serán cuando mi niña lleva dos meses ingresada y no para de perder peso!

Cuando uno no sabe qué decir, siempre acaba diciendo una estupidez.

Y ahí se dio por concluida la entrevista. La madre, sin duda en un pico de optimismo, la había pedido para buscar la manera de que la niña no perdiera el curso. Pero, al final, no habían hablado de libros, exámenes o deberes. Porque la cuestión no era que la niña no perdiera el curso, sino la vida.

Con lo ojos todavía teñidos de llanto, la madre se encaminó a la puerta del Colegio.

-Mucho ánimo.

José Luis Trestuestes sonó mucho menos cálido y convincente de lo que a él le habría gustado. Sonó a actor de segunda interpretando un melodrama de tercera.

-Gracias.

-Y dale recuerdos a la niña de mi parte, y de la de todos los profesores. Dile que la echamos mucho de menos y que estamos deseando que vuelva al cole.

De vuelta a la sala de profesores, Jose Luis se permitió el escaso minuto de reflexión que concede la vorágine de una rutina escolar. Estar a punto de perder a una hija, ver como se te escapa día a día de las manos, y todo porque,simplemente, no le da la gana comer alimentos que tiene en abundancia. Le costaba imaginar una suerte peor.

En eso entró la señorita Sofía, pizpireta como siempre, en plena adolescencia a sus casi sesenta años.

-Vengo a buscar un vasito de agua, Jose. ¡Es que estoy gordísima!, y me estoy tomando estas gotas, que dicen que quitan las ganas de comer, aunque saben tan amargas, que a mí me parece que lo que quitan son las ganas de vivir.

José Luis sabía que la educación dicta reírse hasta de los chistes malos, pero, de ése, no le dio la gana.

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