-Usted no vale para esto de ser cardiólogo, Pregadena. Tendrá que buscarse otra especialidad.
-¿Por qué dice eso? ¡Las calificaciones que tengo hasta ahora en la carrera me dan derecho a elegir!
-Si no es por eso, querido Pregadena. Es que es usted muy feo.
-¡Oiga, no le consiento...!
El veterano jefe del servicio de cardiología pulsó resignado el botón del interfono.
-A ver, señorita Paz, que pase el señor Quijares.
-Muy bien, doctor.
Pregadena miró sorprendido al jefe de servicio.
-¿Se puede?
-Adelante, señor Quijares...Mire, le presento a Federico Pregadena, estudiante de último año de Medicina.
-¡¡¡Joder!!!
Fueron las últimas palabras del pobre señor Quijares.
-¿Ve a lo que me refería, Pregadena?
-¡Pero...este hombre ha fallecido!
-¡Bien diagnosticado!, y ahí quería yo llegar, a que usted donde se debe meter es a hacer autopsias.
-¡Este pobre hombre ha muerto de un ataque con tan sólo verme la cara...! ¿Tan feo soy doctor? ¡Dígame la verdad!
-Si, muy feo, como para ganar las olimpiadas de los feos, aunque también es cierto que el señor Quijares estaba muy delicado, igual a uno que esté mejor no lo deja tieso del susto...
-¿Y cómo ha expuesto al pobre señor Quijares a mi letal rostro, sabiendo que le iba a causar la muerte?
-Porque era la única manera de quitarle de la cabeza lo de la cardiología...Así que el infeliz ha dado su vida para salvar otras muchas.
-¡Es un héroe!
-En efecto...En fin, señorita Paz, ¿puede usted pasar un momento?
-Por supuesto, doctor.
La despampanante enfermera hizo su entrada en cuestión de segundos.
-Señorita Paz, por favor, sáquese los senos y muéstreselos al señor Quijares.
-Por supuesto, doctor.
Y el señor Quijares, obviamente, resucitó al instante.
(Lo que le da a usted una idea de cómo estaba la señorita Paz).
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