-¡Hijo de puta!
Así hizo su entrada triunfal -portazo incluido- Álvaro Burquera en los lavabos durante el primer descanso de la convención del partido.
-¡No seas malhablado, Burquera! ¿Qué pasa?
Era Espinosa, quien también estaba allí. Obviamente, no por casualidad. Estaba acompañado de dos fornidos amigos. Tampoco eso era casual.
-¡Explícame tú que pasa! ¿Has oído a ese hijo de puta de Piñaceira? ¡Que se queda! ¡Que se queda, joder! ¿No decías tú que la dimisión era una cosa hecha, cacho cabrón?
-Ha habido un giro inesperado en los acontecimientos. Ahora, la situación es otra.
-¿Cómo que otra?
-Pues que, en este momento, el señor Piñaceira es el más adecuado a los intereses de Garborsa.
-¿Qué os ha ofrecido ese hijo de puta? ¡Su oferta no puede ser mejor que la mía, si conmigo ibais a hacer lo que os saliera de los cojones!
-Lo siento, Burquera. Los negocios y la política son así: cuando se mezclan, forman un compuesto poderoso, inestable e impredecible. Hasta otra y mucha suerte.
En ese instante, Burquera se lanzó contra Espinosa, con la firme intención de tomarse la justicia por su puño. Ahí es donde los dos fornidos amigos de Espinosa entraron en acción. Muy profesionales, simple interposición sin contraataque.
-¡Qué valiente eres con tus gorilas para limpiarte el culo! ¡Pero esto no va a quedar así, mamonazos! ¡Recuerda que tengo a mucha gente de mi lado, empezando por Vicente Gargela. ¡La guerra no ha hecho más que empezar, Espinosa, díselo a tu jefe!
Espinosa sonrió mientras abandonaba los servicios. Ese tío no tenía ni repajolera idea de cómo eran y funcionaban las cosas. ¡Y pensar que había estado a punto de llegar a presidente de aquella comunidad autónoma!
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