-¡Y encima va este señor -por llamarle algo- y se me pone chulo!
-Gracias, don Bernando. Ya lo han escuchado, amigos. Jorgito Piñaceira descargó toda su cobarde chulería contra un honrado profesional de taxi.
Salían como hongos. Parecía que cualquiera que hubiera tratado, aunque fuera mínimamente, con Jorge Piñaceira, tenía su trapito sucio que airear (a cambio de una propinilla, claro está). "El Hiena" lo estaba bordando.
"¡Pues yo creo que el que tenía que presentarse era don Álvaro Burquera".
"¡Que se vaya el Piñaceira ese y deje a Burquera, que es el que sabe!"
"Burquera, el único que nos puede sacar de ésta es Álvaro Burquera"
La voz de la calle, siempre tan contundente y tan fácilmente manipulable.
"Sensato, eficaz, inteligente...Uno de los mejores gestores de este país, si no el mejor. Este es Álvaro Burquera. Un triunfador en el mundo de la empresa privada, que no nos podemos permitir el lujo de perder como presidente de nuestra comunidad. ¿Qué hace este primer espada de subalterno de Piñaceirita? ¡Es el momento de que el inútil dimita y deje paso al que de verdad sabe! ¡Es ahora o nunca, cuestión de vida o muerte, señores!"
Espinosa sonrió. Había llegado el momento de asestar el tiro de gracia a Piñacera: al siguiente fin de semana se iba a celebrar la asamblea general de partido en la región. Bruto Burquera iba a recetarle su puñalada a Julio César Piñaceira. Aunque había dos grandes diferencias con respecto a la historia de Roma: aquí la traición no sería inesperada y el asesino no se mancharía las manos de sangre, se limitaría a darle la daga al césar para que él solito se suicidara.
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