Jacinto Pertellán, alias "El Tío Aspirinas", era más comerciante que boticario, por lo que sus consejos farmacéuticos a menudo estaban encaminados a dar salida a medicamentos a punto de caducar, en vez de a curar al enfermo.
Como se puede figurar, pocos se fiaban en el pueblo del ladino boticario, y optaban, directamente, por auto-medicarse o, si la cosa parecía más seria, por visitar la consulta del doctor Pérez-Piñón.
El propio Pérez-Piñón era perfecto conocedor de las prácticas de "el Tío Aspirinas" y se propuso forzarle, por las buenas y por las "te denuncio al colegio", a abandonar un comportamiento tan carente de ética.
Pero el boticario se limitó a decirle: "Usted, doctor, lo que tiene que hacer es recetar más y más caro, que a este paso cierro el negocio, y a ver de dónde va a sacar usted las aspirinas entonces".
Ante lo cual al bueno de Pérez-Piñón no le quedó otra que cerrar el pico y recetarle, esa misma tarde, un par de medicamentos a doña Soledad. Uno para aliviarle la tos a la señora y otro para aliviarle el bolsillo a "El Tío Aspirinas".
Los monopolios, aunque sean chiquititos, tienen estas ventajas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario