Puestos a dar miedo, nadie puede meter tanto como un payaso.
Analícelo.
Primero, se desfiguran el rostro o, incluso, se lo cubren. Eso le resulta hostil de oficio a nuestro más básico instinto de supervivencia. Vamos, que si no quiere que se le reconozca, por algo será.
Luego, suele tener voz, chillona, de pito...Como de ser peligroso, monstruo, si me apura.
Y, por último, son sujetos dados al sadismo y/o al masoquismo, eso es innegable. Toda su objetivo en esta vida en exprimir gracia de la desgracia (propia o ajena) a base de tartazos y tortazos.
En resumen, que el gran merito de un payaso no es sólo que los niños se rían, sino que no salgan corriendo entre lágrimas de puritito pánico.
(Por cierto, el miedo patológico a los payasos existe y es una enfermedad diagnosticada: courofobia).
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