-Bueno...Todas las calificaciones están muy meditadas...Mira, pasamos un buen rato hablando de Víctor y su situación...Y creemos que lo mejor para él es repetir.
-Pues nada, si tiene que ser tiene que ser.
-No es el fin del mundo...Toma mi pañuelo, Encarni.
-Gracias...Si ya lo sé. Si un año no es nada. ¡Le está bien empleado, que bien avisado estaba!
-Claro, la repetición le va a venir estupendamente
-Sí...Explicárselo al padre...Esa va a ser otra...
-¿Quieres que le llame yo?
-No, bastante has hecho ya por nosotros...Gracias, José Luis.
-Lamento mucho que la cosa haya terminado así.
-No es culpa tuya...Oye, ¿y si hablara yo con el profesor de inglés?
-Es un 3.7, Encarni...No hay nada que hacer.
-Sí, si, tienes razón...
José Luis Trestuestes se despidió de Encarnación Rosal Fernández y la vio alejarse sollozando por el pasillo. Él mismo estaría llorando, si no fuera porque tantos años en la enseñanza le habían hecho un callo en el corazón. Ahora lo que sentía era rabia de 96 grados en la venas, por tantas mujeres como Encarni, prisioneras de un marido negrero y cabrón, un hijo que sale a su padre y un curro de necesidad y miseria.
Y luego le dan las medallas del mérito y el trabajo a las folclóricas. ¡Hay que joderse!

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