Marta quería alejarse, así que hizo lo mejor que podía hacer: se casó con Alejo. Alejo, aunque feliz en un principio, contempló impotente cómo su matrimonio con Marta se acabó convirtiendo en un Martirio. Una situación que, de cambiar tan sólo un poquito, serviría para poder clavar un clavito, o dos, o tres. Es por esto que Alejo está planteándose seriamente pedir el divorcio. De hecho, tan pronto como consiga cambiar su "j" por una "g", comenzará con sus alegaciones.
Alejo, en el fondo, siempre había querido ser tenor, pero emergió como registrador de la propiedad. Su solo consuelo lo encontraba en la única ocasión en que había cantado en público. Fue en un centro cultural cuajadito de pensionistas sin nada mejor que hacer. Alejo cantó un aria de Verdi, pese a ir vestido de rojo. Cantó fatal, como para darle una paliza; pero los pensionistas se mantuvieron tranquilos, porque -bien es sabido- si tocas a alguien en mitad del aria es penalty.
No obstante, hay que decir que las arias siempre resultan complejas, un mundo es sí mismas, una raza. Sí, la raza aria, esa que tanto defendían los que no paraban de atacar a la humanidad.
Ahora, deberíamos volver a Alejo, pero como he dicho al principio, se nos está alejando a toda velocidad y no sé si le alcanzaremos. Así que mejor me quedo disfrutando de este tocino, que, realmente, resulta ser la gran velocidad de Alejo, pero es que yo no soy capaz de distinguirlos.
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