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sábado, 13 de septiembre de 2008

Daniel: el mismo nombre lo dice.

Tengo un nombre bonito, aunque esté mal que yo lo diga. Ni tan común como para ser vulgar, ni tan raro como para tener que deletrearlo mientras la administrativa de turno frunce el ceño concentrada.

Lo que más me gusta de mi nombre, es lo que significa: "Dios es mi juez" o "Justicia de Dios". ¡Qué bonito tener toda una filosofía de vida personal encerrada en la propia etiqueta de pila!

Porque creo que en estos tiempos oscuros en que la sociedad es una especie de orgía judicial, donde todos juzgamos a todos por todo (desde la forma de vestir hasta el comportamiento personal), ha llegado el momento de rebelarse frente a tanto magistrado de barra de bar y tertulia televisada, y sólo acatar la autoridad de Dios como único juez y jurado de nuestros actos.

Y porque en esta inmensa bola de caca fétida que es el mundo visto en términos globales, un lugar donde los niños se mueren de puta hambre antes de los cinco años, donde hay quienes lesionan a la persona que juraron ante un altar honrar y respetar hasta la muerte, donde todo se vende y se compra; el único consuelo que queda es que un día Dios llegue y ponga a cada uno en su sitio. A mí el primero, claro está.

Fray Angélico vio el "Juicio Final" tal que así. Uno de mis cuadros favoritos y una razón por sí solo para visitar Florencia.

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