La bohemia está bien para un ratito, pero tener poco dinero y mucha hambre no es divertido a medio y largo plazo. Menos aún en una pequeña ciudad del sur con el termómetro anclado en los cuarenta. El artista vivía y trabajaba en una habitación pequeña, lúgubre y sin ventilación, como mandan los cánones bohemios. No se podía permitir nada mejor porque, obviamente, vendía muy pocos cuadros y por aún menos dinero. "Por esta manía tuya de querer ser inmortal, te vas a morir de hambre y calor antes de cumplir los 30", se repetía a sí mismo, sarcástico y sudoroso.
La verdad sea dicha, el artista pintaba regular. Cuando respetaba normas y cánones, producía paisajes correctos para adornar un saloncito de clase media; pero cuando le daba por revolucionar la Historia del Arte, paría unos engendros de envergadura.
A la señora Sanders, la casera del artista, las cosas no le iban mucho mejor. Tenia una hija enfermita y muchos deudas. Aún así, se hacía la tonta cuando su inquilino se despistaba con el pago de algún alquiler. Todavía hay gente que puede ser buena aunque no se pueda.
El Hada del Frío era en todo como aquellas profesoras de matemáticas secas, estrictas y justas. Tenia la cara flaca y pálida, con un permanente gesto de enfado, como sí la vida le hubiera hecho algo gordo. Su pelo era albo claro, y en sus ropas uno podía encontrar tal cantidad de tonos de blanco, que hasta un habitante del mismo Polo Norte se habría admirado de tanta variedad. En su mano huesuda, portaba una varita de copos de nieve.
Con todo y con eso, el Hada del Frío era increíblemente bella. No me pregunten cómo lo hacía, que yo tampoco me lo explico.
El Hada del Frío decidió ayudar al artista y a la señora Sanders, pobres ambos en el más amplio sentido de la palabra.
Era la noche más fría del siglo en aquel rincón del sur, como destacaron admirados al día siguiente meteorólogos profesionales y aficionados. El artista estaba atrincherado en una esquina de la habitación, en un infructuoso intento de levantar el cerco de aquel biruji inesperado contra el que se encontraba inerme. De repente, la puerta se abrió y el Hada del Frío se presentó en mágica persona ante el confundido pintor.
-¡Deprisa, muchacho, coge tus pinceles, que no disponemos de mucho tiempo!
A la mañana siguiente, la señora Sanders, todavía con la tiritona puesta -pese a que el calor ya había vuelto a aquella pequeña ciudad del sur- tocó la puerta del artista con la vana esperanza de que él hubiera conseguido vender algo la noche anterior y le pudiera pagar, al menos en parte, lo que le debía. Una llamada, dos, tres...nada. Extrañada, giró el pomo de la puerta.
El artista estaba tumbado en el suelo, abrazado a un lienzo con un inefable gesto de algo que parecía felicidad absoluta.
"Efecto del frío, sin duda", dictaminó el juez que vino a levantar el cadáver.
-¿Sufrió mucho?
-No creo, señora Sanders.
-Menos mal. Y, ¿qué hago yo ahora con todas sus cosas?
-Véndalas. Así recuperará un poco del dinero que le debía el vago este.
* * *
"...la mayoría de sus cuadros carece por completo de valor, pero la celebérrima 'Dama Blanca', que ahora están teniendo todos ustedes la ocasión de contemplar tras un cristal blindado de cinco centímetros, cautivó desde un principio y sigue cautivando a los amantes del arte de todo el mundo. Sin duda ustedes recordarán la anécdota: su primera propietaria lo vendió por una cantidad irrisoria comparada con su precio actual, aunque a ella le permitió salir de la pobreza. Y ahora, si me acompañan, pasaremos a la sala dedicada a los impresionistas franceses...".
Y el grupito de turistas siguió mansamente a la dinámica guía del museo.
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