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domingo, 3 de agosto de 2008

DecaMetrón (Línea 7).

Pitis de la risa sentados en un banco del parque Arroyo del Fresno estando de pellas. Típico pero delicioso para aquellos corazones malos y adolescentes. Punto (con Lacoma correspondiente).

"El Charlie" se descamisó para que todos contemplaran, como ya era casi tradición, los tatuajes que le adornaban de nuca a rabadilla. La "Avenida de la Ilustración", lo había bautizado alguna inspirada voz de aquella Peña Grande.

"El Charlie" era especial. Curraba. Había dejado el instituto el mismo día de cumplir los 16. Otro púber ciudadano que abandonaba la Educación Secundaria Forzada (alias ESO) sin tener la más remota idea de quién fue Antonio Machado.

Daba igual. Saber nombres de poetas no te paga una moto. Reponer en un súper de Valdezarza, sí. Además, la había conseguido a precio de ganga. Rey del trapicheo de aduanas y puertos Francos, Rodríguez (un amigo de su padre) le había proporcionado hacía un mes el ansiado tesoro de dos ruedas por una cantidad increíble.

Guzmán, el Bueno de aquellos críos tan malos, siempre sospechó del origen de ese cacharro que hacía casi tanto ruido con sus colores como con su motor. Por mucho que "El Charlie" afirmara muy pavón que su moto era de primera marca, Guzmán tenia la íntima sospecha de que era un producto de tercera made in Islas Filipinas y llegado a España vía algún oscuro Canal del contrabando.

Alonso, Cano el cabello de los disgustos que le daba intentar sacar adelante un taller mecánico, no tenía la sospecha. Tenía la convicción. Él, que había soñado con ser el Gregorio Marañón del motor, en la cruda realidad no había pasado de practicante de apaños y chapuzas. Montañas de chatarra africana llegaban a su localucho de la Avenida, (de América, en cambio, jamás vio una pieza) para que es el mezclara piezas y compusiera un rompecabezas en forma de motocicleta de brillante aspecto y caducidad inminente.

Cartagena, allí les prestaron su apartamento los padres de "La Susi", novia y princesa oficial de "El Charlie". Llevaban tiempo soñando con el viaje, para poder tener así un desfogue un poco más romántico. Estaban hartos de tanto rincón oscuro en cualquier Parque de las Avenidas. Como "La Susi" era la más lista del Barrio, de la Concepción (de evitarla, mejor dicho), "El Charlie" nunca se preocupaba. Eso era asunto de ella, y ella se encargaba del asunto.

Aunque ya había viajado en su moto en dos ocasiones al Pueblo, Nuevo y muchos más exigente iba a ser el desplazamiento a Cartagena, pues había muchos más kilómetros y con el peso adicional de "La Susi", pero, en sus propias palabras, "yo no l'ago Ascao a un dasafio". Así pues, una soleada mañana de Mayo, "El Charlie", "La Susi", una bolsa de viaje adquirida en "Bolsos García Noblejas" y la moto de marras pusieron rumbo al Mediterráneo. Lucía "El Charlie" para tan señalada ocasión su celebre "camiheta azú Simancas". Como ya habrán comprobado, "El Charlie" nunca supo vocalizar demasiado bien.

Fue a la altura de San Blas cuando Las Musas de la velocidad se apoderaron de "El Charlie" y apretó a fondo el mando del gas de su moto, provocando un momento de repentina aceleración digno de cualquier Estadio Olímpico. Y, sin duda contagiada de la excitación del momento, "La Susi" decidió gritar a los cuatro vientos y al oído de su amado la noticia que tenía reservada para algún romántico paseo por el Barrio del Puerto de Cartagena. En ese preciso instante la moto, presa del esfuerzo, mostró su verdadera naturaleza de chapuza y se descompuso enterita en mil pedazos y piezas.

Un operador valenciano de Protección Civil de Coslada, Central de llamadas, recibió un curioso aviso e indicó a "la unidad más cercana a La Rambla, che" que se dirigiera de inmediato al lugar de los hechos.

Los hasta hacía unos minutos orgullosos jinetes de una motocicleta, bajaban por el arcén de la carretera en el coche de San Fernando (un rato a pie y otro andando). Él, con un manillar de moto en una mano y el tubo de escape en la otra, y todavía con el casco puesto, que parecía recién salido de una tienda de recuerdos del circuito del Jarama; ella, con un curioso gesto mezcla de sorpresa y preocupación. Pese al golpazo, ambos estaban ilesos, como si Henares hubieran amortiguado su caída.

Sin duda producto de la impresión, el chico no paraba de decir: "¡Joder, que voy a ser padre", mientras los trasladaban para un reconocimiento protocolario al Hospital de Henares.

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