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sábado, 2 de agosto de 2008

DecaMetrón (Línea 6).

Cuatro Caminos protestantes llevaron al nacimiento de Nuevos Ministerios sacerdotales en el siglo XVI, pero el Imperio Español (actual República Argentina incluida) se mantuvo fiel a la antigua religión, como una auténtica Avenida de América del catolicismo.

Uno de las más empeñados paladines de Roma en América, el alguacil don Diego, de León se disfrazaba en su afán por perseguir aquella novísima herejía, mientras que -siempre más tibio- el padre Manuel Becerra tan sólo parecía en el moderado fragor de sus sermones.

Un tal O'Donnell intentó introducir la Iglesia Anglicana por aquellas tierras, pero, al tener noticia del asunto, el arriba mencionado don Diego Sainz, de Baranda de un balcón de su casa lo quiso ahorcar, (que si no es por la oportuna intervención del Conde de Casal, virrey de turno, muertecito se habría visto aquel Pacífico inglés).

Méndez Álvaro o Álvaro Méndez, que el orden de los factores no altera el producto nominal de aquel Conde de Casal, fue mejor persona que gobernante. Patrón de las ciencias y las artes, creó una pinacoteca en Seseña y en Arganzuela, Planetario, ambas cosas antes de ser destinado a las Américas a sugerencia de un tal Legazpi, consejero real y usurero de pura Usera.

A dictado de su natural inquietud por el progreso y la cultura, lo primero que hizo don Álvaro en sus nuevos dominios fue mandar construir una gran Plaza Elíptica. Idea original y garrafal, pues, por mucho empeño que pusiera el afamado arquitecto don Fernando Opañel -célebre por su plaza hexagonal de Oporto- aquello le salió caro, feo y de simetría dudosa. Incapaz de darle a tal chapuza nombre alguno de persona, y aprovechando ser de Toledo, don Álvaro zanjó el tema bautizando al engendro como "La Carpetana", y mandó plantar en todo el centro una Laguna artificial, en vez de la clásica fuente, por ver si así se disimulaba un poco. Otro grave error.

Fue en esa misma laguna donde don Diego, tozudo olímpico, intentó ahogar con el Lucero del alba como único testigo al desdichado O'Donnell, aprovechando que era el inglés muy aficinado al paseo de amanecer. Siendo el alguacil Alto, de Extremadura y de brazos fuertes y peludos, resultó milagroso que el alfeñique anglosajón lograra zafarse y escapara corriendo rumbo a la Puerta del Ángel, sastre local y amigo suyo.

Enterado el Conde del incidente y, sabiendo al Príncipe Pío y exaltado al mismo nivel de don Diego, facturó al incomódo alguacil a la corte de Madrid al servicio del hijo del monarca. Tan buena migas hicieron príncipe y vasallo, que don Diego fue nombrado marqués de Argüelles y señor de la Moncloa, aunque él hubiera preferido la baronía de Alcalá de Henares, por tratarse de Ciudad Universitaria.

Por su parte, O'Donnell volvió a su tierra y público un ácido diario de viajes criticando a aquella colonia española, especialmente la ineptitud del Conde de Casal y sus absurdos proyectos de desarrollo Metropolitano, a lo que el noble reaccionó afirmando: "Debí darle a don Diego un puñal para matar a ese perro, como hizo Guzmán el Bueno".

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