Alameda de Osuna y El Capricho del destino tuvieron la culpa de que el enclenque conserje metiera sus Canillejas en el pantalón rayado de un chaqué para casarse con la presidenta de la empresa. Boda de campanillas y tenor en directo, con ceremonia en los Jerónimos y celebración en salones Torres Arias.
Diego Suanzes, que así se llamaba el buen hombre, era paleto cerrado de raza. Desde su llegada, consideró a aquella Ciudad Lineal como su Pueblo Nuevo. Llamaba a la Plaza Mayor "Quintana" y para El Carmen, por ser la fiesta más principal de su pueblo, engalanaba hortera y rancia la entrada al edificio, para orgullo propio y perplejidad ajena. Por llamar, hasta llamaba Ventas a los hoteles.
Provincianismo aparte, Diego de León en las artes amatorias tenía mucho. Su primera novia de la capital, Rosita Núñez, de Balboa (provincia de León), afirmaba que no había experiencia igual. (Excepción hecha, claro estaba, de la poesía de Rubén Darío. Rosita Núñez siempre fue una apasionada del Modernismo).
Su camarada Alonso Martínez, honrado y vivaz pero raro en el hablar, le presentó su siguiente novia a Diego. "Chueca" de "Echtocolmo", en sus propias palabras. Diego se rindió del inmediato al embriagador atractivo que las vikingas tienen en el subconsciente del español profundo. Por ser la chica muy culta, y en su afán de agradar, Diego la acompañó a un cine de La Gran Vía a ver una película de esas raras y en extranjero (que el se pasó toda la proyección Callaó por no saber qué opinar), luego a la Ópera y se aburrió aún más, y fue a la salida de un museo toledado aún peor, que Diego se dijo a sí mismo: "No hay hembra como La Latina" y allí mismo, en una Puerta de Toledo, la abandonó. (No sin antes indicarle el camino de vuelta a la estación de autobuses, que lo cortés no quita lo valiente ni lo donoso).
Pero me estoy desviando del objeto de mi relato. Volviendo al principio, sepa usted que fue bajo unas Acacias de la Alameda de Osuna (ya sé que suena raro, pero más raro sería que hubiera Pirámides en tal lugar), y durante un paraba del autocar que llevaba a toda la empresa de excursión a la finca del Marqués de Vadillo (íntimo de la presidenta), que Diego se puso a orinar. Debería haberlo hecho en los lavabos de la gasolinera, pero había mucha cola y como dijo el propio Diego: "Me Urgel mear mucho, debe ser de tanto Oporto que me bebí".
Y creyendo Diego estar sólo en su labor, decidió miccionar en postura lejana y olímpica, por lucimiento de facultades y propia diversión, y quiso el capricho del destino que pasara la presidenta por el lugar y se le hizo la Vista Alegre de lo que vio, que si el mucho tener delito fuera, en Carabanchel preso Diego se habría visto.
Y Eugenia de Montijo, que así se llamaba la presidenta, se juró allá y entonces que aquel hombre y lo suyo, suyos serían. Y a la lucha y al lucho y al Aluche allí mismo se lanzó, cazando desprevenido al pobre Diego, aunque no se tardó él en prevenir. Y de ese mismo Empalme, encinta doña Eugenia se quedó. Y por mantener las formas, no quedaba otra salida que la puerta de la iglesia y el altar.
Y así fue como Diego cambió una casucha en un barrio que más parecía un Campamento por un espacioso piso en el centro, un chalet en la playa y en la sierra, su Casa de Campo.
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