Decía el enorme Miguel Gila (otro del "Club de los Humoristas Muertos...y Olvidados"): "Nací solo porque mi madre había salido a pedir perejil a una vecina, así que baje a decírselo a la portera". ¿Sería esto posible hoy en día?
Seguramente no. Ahora la gente nace en hospitales, que reconozco que se gana mucho en higiene, pero se pierde encanto. Además, cada vez se ausenta uno menos para pedirle perejil a la vecina. De hecho, ya muchas veces, ni se la conoce.
Debe ser culpa de esta vida nuestra tan de acá para allá, que apenas paras por casa porque tiene que trabajar horas y horas si quiere poder pagarla. Ironías del mundo contemporáneo y adosado. Antes sí que se disfrutaba de los pisos. Antes sí que teníamos una vecina a la que encasquetarle al niño una tarde o pedir el clásico vasito de arroz. Una doña con nombre (y, normalmente, sin apellidos). Ejerciendo aquella forma tan pura de solidaridad -ya perdida- de unas microsociedades en la que todos eran como familia. Un mundo donde el problema de uno era el problema del patio, y respetabas al abuelito de Pepín el del cuarto como al tuyo propio.
Ahora los edificios son inteligentes y de diseño, pero fríos, fríos como hospitales, donde abundan los saludos con prisa y las sonrisas impersonales.
Yo crecí en un edificio feo, bobo y sin ascensor de un barrio gris de ladrillos rojos. No había problema, sus moradores lo llenábamos todo de mil colores.
"Música a cuento de..." comunidades impersonales. Un trocitín de "Mi nombre es nadie", cortesía de super Ennio Morricone.
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