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lunes, 9 de junio de 2008

Pueblos Clasistas y Clásicos Populares.

No sé quién inventó las clases sociales, pero, seguramente, debieron nacer unos diez minutos después de la creación de la primera sociedad. No hay sociedad sin clases, como bien demuestran los amargos fracasos de todos aquellos que intentaron imponer utopías de etiquetas varias.

Durante siglos, la clase y la riqueza fueron de la mano, hasta que llegó el amargo divorcio traído por zánganos inútiles con una sorprendente capacidad de arruinarse y emprendedores de boina y fajo gordo agarraó con una goma.

Entonces nació una legión de estirados con hidalgos modales y delgadas cuentas bancarias, pero que se aferraban tanto a su clase social como a la posibilidad de pegar un providencial braguetazo salvador en propias carnes o en las de sus hijos.

En el otro extremo del ring, los que les empezaron a ir muy bien las cosas. Paletos de mirada arrugada y manos curtidas metidos a sofisticados urbanitas. De repente, pasaban de ser Afrodisio Peraleda Sánchez "el Avellano" a Frosi de Peraleda y Sánchez. Se compraban cuadros de marca para decorar el chalete, un Mercedes y se volvían de derechas de toda la vida. Inútil, los otros, los que no tenían donde caerse muertos, pero lo hacían con clase, no los aceptaban. Sólo había una salida...el matrimonio. Tus nietos (quizás) tendrán el certificado de pura sangre española que tú jamás obtendrás, por muchos ceros que tengas en la Caja Rural.

"La niña quería un marido, la madre quería un marqués, el marqués quería dinero, ya están contentos los tres", decía la afilada lengua del ingenio popular.

"Música a cuento de..." clasismo. Pues ese "Danubio Azul" de Strauss, que nos llena los pabellones auditivos de esos inmensos salones de lámparas arácnidas donde se celebraban los bailes de debutantes.

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