Al niño holandés Rob Rensenbrink se le hicieron realidad muchos sueños y una pesadilla. Fue futbolista profesional, llegó a representar a su país en dos Copas del Mundo. Y mandó al palo un balón que habría significado un Mundial. En el último minuto.
Un poco de fuerza de más o de menos, un pie ligeramente mal colocado, una rafaguita de viento justiciero...¿Quién fue responsable? No se sabe, ¿qué importa? Holanda se volvió a quedar en finalista.
Finalista...¡qué palabra tan fea! Amarga por haberse quedado a las puertas, por tener que intentar disimular la cara de imbécil al recoger la medallita de (presunta) consolación, muy amarga por tener que contemplar como los otros alzan el trofeo de verdad. Pero, ante todo, amarguísima porque se traduce en olvido. El Real Madrid tiene 9 Copas de Europa, pero, ¿cuántos subcampeonatos? Mejor no recordarlo, es como si aquellas fueran temporadas bastardas. (Por cierto, son 3. Ante el Benfica en el 62, Inter en el 64 y Liverpool en el 81).
Pero, volviendo al principio, la diferencia entre la gloria y el olvido es a menudo un poco de fuerza de más o de menos, un pie ligeramente mal colocado, una rafaguita de viento justiciero. Es y no debería serlo.
Así pues, devolvamos un poco de dignidad a los finalistas, aunque ya sé que es muy difícil en este mundo tan perdidamente enamorado de la victoria.
La jugada infame. ¿Cuántas veces repetida en la mente de Rensenbrink?
"Música a cuento de..." luchadores que pierden, pero ganan. El clásico ha de ser "Gonna Fly Now", compuesta para "Rocky" (la primera, la original, la buena) por Bill Conti.
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