"Ayer le sacaron un par de minutos al final. No metió ninguna canasta, pero cogió un rebote y le puso un tapón a un negrazo de esos". De este estilo eran los comentarios que se escuchaban en los corrillos deportivos de las mañanas dominicales sobre las actuaciones de Fernando Martín en la NBA. Han pasado más de veinte años, y otras muchas cosas.
Cada acción de Martín era casi un triunfo nacional, una reverdecida pica en Flandes. Esos 24 partidos, 146 minutos, 22 puntos y 28 rebotes nos supieron a ambrosía patriótico deportiva. Ahora, en cambio, Pau Gasol, Garbajosa, Calderón y compañia dejan esas estadísticas a la altura del puritito betún.
Los "años luz que separan su baloncesto del nuestro" (esa era la frase favorita de los comentaristas del baloncesto ochentero), se han quedado en un paseíto por el parque. Ellos ya no son tan buenos, nosotros ya no somos tan malos.
En otras palabras, se marcharon la magia y el glamour de aquella liga hecha de mates y sueños cuyos partidos devorábamos con reverencia y excitación. Ahora son partidos entretenidos, a ratos emocionantes, pero en los que, junto con los hijos de Wisconsin o New York, juega un tío de Villanueva de la Serena, provincia de Badajoz. Y, eso quieras que no, le quita sofisticación al asunto.
Fernando Martín (1962-1989) insistió en que se le pusiera una muy significativa tilde en su camiseta. Un tajo de guadaña nos robó al hombre y nos dio al mito.
"Música a cuento de..." la NBA, pues nada mejor que aquella musiquita que ponían en la cancha de los Chicago Bulls cuando jugaba por allí un tal Michael Jordan. A, me perdonen la grossa grosería, todavía se me erizan los pelos de los huevos al escucharla.
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