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jueves, 1 de mayo de 2008

¿Quién no ha deseado tener una estatua ecuestre? (Leyenda urbana a caballo).

Cuando las mañanas soleadas de domingo los pedantes sacan a pasear a su familia y a su pedantería, ninguno puede resistir la tentación de desviar la ruta para pasar junto a uno de esos monumentos con espadón a caballo y mencionar que:

"Si en una estatua ecuestre, el caballo tiene los dos patas delanteras levantadas, el personaje en cuestión murió en la batalla; si es sólo una, resultó herido, y si las cuatro extremidades se posan en el pedestal, no murió en el combate".

Así me lo contaron a mí, y bien feliz que me lo creí y almacené en mi base de datos de sabiduría puramente ornamental -sin hacer ninguna comprobación-. Hasta que un día me topé con una estatua del Duque del Wellington sobre ese Copenhage de moda patas al viento, y recordé el dato. Alarmado por la incongruencia de la pose, máxime cuando se sabe que los británicos para esto son muy mirados, me lancé a un net café a investigar el tema. Y se me cayó un mito de la pedantería.

Tenemos que asumirlo, no hay ningún tipo de código de patas equinas. Cada escultor sigue su propio criterio estético y todo lo demás es pura leyenda urbano. ¿Quién la creó y con que oscura intención? ¡Vaya usted a saber!

Lo cual no es óbice para que yo siga pensando que lo de tener estatua ecuestre es el cénit mismo de la chulería, y que uno de mis proyectos sea pasarme la posteridad inmortalizado a lomos de un puro bronce en cualquier calle céntrica de Madrid. O, en su defecto, en una plaza de ciudad dormitorio. Y lo lograré "ecuestre lo que ecuestre" (Perdón, no lo he podido evitar).

Espartero y su caballo. Muchos sabrán a qué me refiero. Los que no, que consulten al "Gran Googláculo".

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