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viernes, 2 de mayo de 2008

"Presidientes" postizos. (No sonrías, George, que me da la risa).

A George Washington (sí, el tipo del billete de un dólar), casi le dieron más problemas sus dientes que las tropas británicas. Y es que en la dura partida de ajedrez que todo ser humano libra contra la caries, él perdió las piezas muy pronto.

Dicen las crónicas que el primero le dijo adiós a las 22 primaveras y el resto se fue marchando a razón de casi uno por año. La despedida más famosa, sin duda, la pareja que perdió la histórica noche de 1776 en que cruzó con sus tropas el rió Delaware. ¡Ya es mala pata estar en pleno proceso de hacer historia y que se te caiga un piño, leñe!

En consecuencia, el General Washington se vio finalmente forzado, dada su incapacidad para evitar deserciones en su regimiento dental, a convertirse en usuario de una relativamente famosa dentadura postiza.

Bueno, en realidad, tuvo varias, aunque ninguna de madera, contrariamente a la creencia popular. Las más famosas, las dos que encargó al mejor protésico de la época (siempre es bueno tener un par de repuesto), un tal John Greenwood. Se las hizo de oro, plomo, dientes humanos y marfil de hipopótamo tallado -lo crea o no-. Por cierto, que una de ellas la mangaron de un almacén del museo Smithsonian. Hay gente pa' to.

Lo mejor del caso es que la dentadura se ajustaba por medio de un sistema de muelles que obligaba al pobre George a tener que hacer fuerza con la mandíbula para que no se le abriera la boca. Este hecho es a menudo reseñado como el culpable de que Washington siempre salga en los cuadros con la mandíbula apretada y esa carita de castaña amarga. Si es que los dientes no dan más que guerra.

Esta es una de las dentaduras en cuestión. Se conserva (no sé si en un vaso de agua) en el Museo Nacional de Odontología, sito en Baltimore, Maryland.

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