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domingo, 4 de mayo de 2008

¿Hay que colgar el teléfono o al teléfono?

Recuerdo esa etapa loca de la vida en la que uno no es ni estudiante ni currante, sino todo lo contrario. Tiempos disolutos, en los que se hace del desfase horario pura rutina.

El problema venía cuando mis trasnoches chocaban con las vidas de la gente seria y responsable. Léase, que me llamaban por teléfono a las 10 de la mañana...

-Hola...¿Dani?
-¿Eeehhh?-voz de absoluta ultratumba.
-¿Dani?
-Sí, soy yo-la voz ha pasado a nivel zombie moderado.
-¿Te he despertado?
-No, no tranquilo-ya sólo parezco un cantante melódico italiano.

Por supuesto, mi interlocutor no se tragaba lo de que no estaba sobando. Es curioso, no sé si es por cortesía o por no dar una satisfacción al otro, pero jamás se reconoce que uno estaba durmiendo (o dormido, hago la distinción a ver si me cascan un Nobelcito como a Cela).

Me figuro que de esa época me viene mi inquina Santa Catalina hacia las llamadas telefónicas en el peor momento: cuando acabas de echar la llave de casa para marcharse y oyes el lejano ring-ring tras la blindada, cuando están a punto de tirar el penalty decisivo o, el peor de todos, cuando uno se encuentra absorto en ese agradable momento, tan injustamente minusvalorado, de estar leyendo la prensa en el retrete. ¡La de pingüinos que me ha tocado hacer!

Pero bueno, se les perdona todo si traen buenas noticias, ¿verdad?

"¡Va, va!", ¿Por qué lo decimos, si no nos oyen? La eterna pregunta. Es igual, por mucho que corra, lo cojo justo cuando acaban de colgar.

Hoy nuestra "Música a cuento de...", evocando mis carreras por los pasillos a la caza del auricular chillón, es la "Danza Húngara Nº 5" de Brahms.

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